Con emoción, Señor, te alabamos.
Acostumbrados a encumbrarte en el altar,
somos conscientes de que, las calles y plazas de nuestro vivir,
no siempre están preparadas ni bien dispuestas
para acoger tú presencia.
La Eucaristía, nos recuerda a Ti…
La Eucaristía, nos trae a Ti…
La Eucaristía, nos habla de Ti…
Vienes, Cristo, personalmente a cada uno de nosotros.
Observas nuestra vida, y ves que le falta algo de amor.
Te adentras en nuestros corazones,
y adviertes que, en ellos, no siempre hay lugar para Dios:
eres la fuente de la MISERICORDIA.
¡GUÍANOS, SEÑOR, CON LA FUERZA DE LA EUCARISTÍA!
Convierte nuestras almas en una morada para tu presencia.
Ilumina nuestros corazones con la luz de tu verdad.
Abre nuestros ojos con el resplandor de tu Cuerpo.
Dirige nuestros pies por los senderos de tu Verdad.
Fortalece nuestro interior.
¡DANOS, SEÑOR, A BEBER TU VIDA!
Para nosotros, y para el mundo que te espera.
Sin tu vida, nuestra vida se desangra;
es insatisfecha y vacía.
Porque, un mundo sin Dios, sin el Padre
es una creación que muere con panes caducos;
una realidad que pierde el sentido del futuro.
Acepta, Señor
la ofrenda de nuestras calles adornadas;
el encanto de nuestras plazas engalanadas;
el aroma del incienso que por Ti se quema y se eleva;
y la música que nos ayuda a descubrirte:
todo es para Ti, amigo que te dignas caminar junto a nosotros.
Y, después de todo, Señor
no dejes de bendecirnos, de tocarnos con tu gracia,
de inspirarnos oportunamente con tu Palabra,
de hacernos invencibles con tu Sacramento
de llenarnos con el Pan de la Vida,
de saciarnos con la Sangre que corre por tus venas.
Bendícenos, Señor; haznos vivos y valientes;
Bendícenos, Señor; haznos entusiastas y decididos
para que, sepamos anunciarte y llevar tu Reino
tu presencia, tu pan multiplicado,
tu mano sanadora y tu corazón compartido.
Amén.