La Cuaresma

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EL TIEMPO DE CUARESMA

  1. Un tiempo con características propias.

La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna (ver Mt 6,1-6.16-18).

De manera semejante como el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para ingresar a la tierra prometida, la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, se prepara durante cuarenta días para celebrar la Pascua del Señor. Si bien es un tiempo penitencial, no es un tiempo triste y depresivo. Se trata de un tiempo especial de purificación y de renovación de la vida cristiana para poder participar con mayor plenitud y gozo del misterio pascual del Señor.

La Cuaresma es un tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión. Este camino supone cooperar con la gracia, para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios, y por consiguiente, de nuestra felicidad y realización personal.

La Cuaresma es uno de los cuatro tiempos fuertes del año litúrgico y ello debe verse reflejado con intensidad en cada uno de los detalles de su celebración. Cuanto más se acentúen sus particularidades, más fructuosamente podremos vivir toda su riqueza espiritual.

  1. Sentido de la Cuaresma.

Lo primero que debemos decir al respecto es que la finalidad de la Cuaresma es ser un tiempo de preparación a la Pascua. Por ello se suele definir a la Cuaresma, «como camino hacia la Pascua». La Cuaresma no es por tanto un tiempo cerrado en sí mismo, o un tiempo «fuerte» o importante en sí mismo.

Es más bien un tiempo de preparación, y un tiempo «fuerte», en cuanto prepara para un tiempo «más fuerte» aún, que es la Pascua. El tiempo de Cuaresma como preparación a la Pascua se basa en dos pilares: por una parte, la contemplación de la Pascua de Jesús; y por otra parte, la participación personal en la Pascua del Señor a través de la penitencia y de la celebración o preparación de los sacramentos pascuales -bautismo, confirmación, reconciliación, eucaristía-, con los que incorporamos nuestra vida a la Pascua del Señor Jesús.

Incorporarnos al «misterio pascual» de Cristo supone participar en el misterio de su muerte y resurrección. No olvidemos que el Bautismo nos configura con la muerte y resurrección del Señor. La Cuaresma busca que esa dinámica bautismal (muerte para la vida) sea vivida más profundamente. Se trata entonces de morir a nuestro pecado para resucitar con Cristo a la verdadera vida: «Yo les aseguro que si el grano de trigo.muere dará mucho fruto» (Jn 20,24). 

  1. Estructuras del tiempo de Cuaresma.

Para poder vivir adecuadamente la Cuaresma es necesario clarificar los diversos planos o estructuras en que se mueve este tiempo.

En primer lugar, hay que distinguir la «Cuaresma dominical», con su dinamismo propio e independiente, de la «Cuaresma de las ferias».

La «Cuaresma dominical»

En ella se distinguen diversos bloques de lecturas. Además el conjunto de los cinco primeros domingos, que forman como una unidad, se contraponen al último domingo -Domingo de Ramos en la Pasión del Señor-, que forma más bien un todo con las ferias de la Semana Santa, e incluso con el Triduo Pascual.

La «Cuaresma ferial».

Cabe también señalar en ella dos bloques distintos:

– El de las Ferias de las cuatro primeras semanas, centradas sobre todo en la conversión y la penitencia.

– Y el de las dos últimas semanas, en el que, a dichos temas, se sobrepone, la contemplación de la Pasión del Señor, la cual se hará aún más intensa en la Semana Santa.

 LAS LECTURAS BÍBLICAS DE LA CUARESMA.

  1. Visión de conjunto.

Desde el primer momento es bueno señalar el hecho de que en este tiempo la temática de los diversos sistemas de lecturas es mucho más variada que en los otros ciclos litúrgicos. Aunque todos los leccionarios de este tiempo tengan un telón de fondo común, la renovación de la vida cristiana por la conversión, esta temática se presente desde ópticas muy diversas, cada una de las cuales tiene sus matices propios y distintos. Si esta diversidad de enfoques se olvida, si se unifica y reduce el conjunto a una temática única, muchas de las lecturas litúrgicas pasarán, prácticamente, desapercibidas; fenómeno éste que lamentablemente ocurre más de una vez.

  1. En la primera parte de la Cuaresma (Miércoles de Ceniza hasta el sábado de III semana), las lecturas van presentando, positivamente, las actitudes fundamentales del vivir cristiano y, negativamente, la reforma de los defectos que obscurecen nuestro seguimiento de Jesús.

En estas ferias, ambas lecturas suelen tener unidad temática bastante marcada, que insiste en temas como la conversión, el sentido del tiempo cuaresmal, el amor al prójimo, la oración, la intercesión de la Iglesia por los pecadores, el examen de conciencia, etc.

En los orígenes de la organización de la Cuaresma, sólo había misa (además del Domingo), los días miércoles y viernes. Por este motivo el leccionario de Cuaresma privilegia las lecturas de estos dos días con lecturas de mayor importancia que las de las restantes ferias. Dichas lecturas suelen ser relativas a la pasión y a la conversión.

  1. En la segunda parte de la Cuaresma, (a partir del Lunes de la IV semana hasta el Triduo Pascual), el leccionario cambia de perspectiva: se ofrece una lectura continua del evangelio según San Juan, escogiendo sobre todo los fragmentos en los que se propone la oposición creciente entre Jesús y los «judíos».

Esta meditación del Señor enfrentándose con el mal, personalizado por San Juan en los «judíos», está llamada a fortalecer la lucha cuaresmal no sólo en una línea ascética, sino principalmente en el contexto de la comunión con Cristo, el único vencedor absoluto del mal.

En estas ferias, las lecturas no están tan ligadas temáticamente una respecto de la otra, sino que presentan, de manera independiente, por un lado la figura del Siervo de Yahvé o de otro personaje (Jeremías especialmente), que viene a ser como imagen y profecía del Salvador crucificado; y, por otro, el desarrollo de la trama que culminará en la muerte y victoria de Cristo.

Finalmente es bueno indicar que a partir del lunes de la semana IV aparece un tema quizá no muy conocido: el conjunto dinámico que, partiendo de las «obras» y «palabras» del Señor Jesús, llega hasta el acontecimiento de su «hora». Para no pocos puede ser aconsejable hacer un esfuerzo de meditación continuada en estos evangelios en su trama progresiva. Este tema puede resultar muy enriquecedor. Aunque se conozcan a veces los textos, pocas veces se ha descubierto el significado dinámico que une el conjunto de estas lecturas, conjunto que desemboca en la «hora»de Jesús, es decir en su glorificación a través de la muerte que celebramos en el Triduo pascual.

  1. Oración, mortificación y caridad.

Son las tres grandes prácticas cuaresmales o medios de la penitencia cristiana (ver Mt 6,1-6.16-18).

Ante todo, está la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, el cristiano ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia entre en su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre a la oración del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (ver Lc 1,38). Por tanto debemos en el este tiempo animar a nuestros fieles a una vida de oración más intensa.

La mortificación y la renuncia, en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio concreto  para vivir el espíritu de la Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas; de aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que nos presenta el ritmo de la vida diaria, haciendo ocasión de ellos para unirnos a la cruz del Señor. De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y el desprendimiento. Incluso el fruto de esas renuncias y desprendimientos lo podemos traducir en alguna limosna para los pobres. Dentro de esta práctica cuaresmal están el ayuno y la abstinencia, de los que nos ocuparemos más adelante en un acápite especial.

La caridad. De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, la vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León Magno: «estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a las demás y cubre multitud de pecados». Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial con aquel a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. De esta manera, vamos construyendo en el otro «el bien más precioso y efectivo, que es el de la coherencia con la propia vocación cristiana» (JuanPablo II).      

«Hay mayor felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). Según Juan Pablo II, el llamado a dar «no se trata de un simple llamamiento moral, ni de un mandato que llega al hombre desde fuera» sino que «está radicado en lo más hondo del corazón humano: toda persona siente el deseo de ponerse en contacto con los otros, y se realiza plenamente cuando se da libremente a los demás». «¿Cómo no ver en la Cuaresma la ocasión propicia para hacer opciones decididas de altruismo y generosidad? Como medios para combatir el desmedido apego al dinero, este tiempo propone la práctica eficaz del ayuno y la limosna. Privarse no sólo de lo superfluo, sino también de algo más, para distribuirlo a quien vive en necesidad, contribuye a la negación de sí mismo, sin la cual no hay auténtica praxis de vida cristiana. Nutriéndose con una oración incesante, el bautizado demuestra, además, la prioridad efectiva que Dios tiene en la propia vida».

  1. La abstinencia y el ayuno.

La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un «ejercicio» que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»(Mt 4,4; ver Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma)

¿Qué exige la Abstinencia y del  Ayuno?

La abstinencia prohíbe el uso de carnes, pero no de huevos, lactinios y cualquier condimento a base de grasa de animales. Son días de abstinencia todos los viernes del año.

El ayuno exige hacer una sola comida durante el día, pero no prohíbe tomar un poco de alimento por la mañana y por la noche, ateniéndose, en lo que respecta a la calidad y cantidad, a las costumbres locales aprobadas(Constitución Apostólica poenitemi, sobre doctrina y normas de la penitencia, III, 1,2). Son días de ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

¿Quiénes están llamados a la abstinencia y al ayuno?

A la Abstinencia de carne: los mayores de 14 años.

Al Ayuno: los mayores de edad (18 años) hasta los 59 años.

¿Por qué el Ayuno? Nos habla el Santo Padre:

«Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca el hombre a Dios.

«El abstenerse de la comida y la bebida tiene como fin introducir en al existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como «actitud consumística.

«Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según la cantidad y la calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.

«Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.

«El hombre de hoy debe ayunar, es decir, abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo solo cuando logra decirse a sí mismo: No. No es la renuncia por la renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo».

  1. La Confesión.

La Cuaresma es tiempo penitencial por excelencia y por tanto se presenta como tiempo propicio para la confesión sacramental ya que es la vía ordinaria para alcanzar el perdón de los pecados cometidos después del Bautismo.

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