Desde muy pequeña me gustaba mucho cantar y tenía muchas ganas de aprender a tocar la guitarra. Fue así como empecé a asistir a las clases de la parroquia de San Juan Evangelista los jueves por la tarde, acompañada de chicos más o menos de mi edad como son por ejemplo Loreto, Javi, Miguel… primero con Miguel Sanz y Luis y luego con Teresa; aprendíamos, tocábamos, reíamos y ensayábamos. Luego el domingo armonizábamos… o por lo menos hacíamos ruido en la misa de niños.
Un buen día Elena me invitó muy amable y democráticamente a integrarme en el coro de los mayores diciéndome: “Ven a cantar con nosotros el próximo domingo, a las 11 para ensayar”, y después de decirme estas palabras, seguidamente Nidia me hizo la prueba de voz para saber que tono tenía. Y al domingo siguiente allí estuve, con mis mejores deseos a ver que podía o que había que hacer.
Me encontré con un grupo no de compañeros, sino de amigos. El coro es… como diría yo… una familia, sí, una familia donde el objetivo último es cantar y cantar bien, lo mejor que sepamos para alabar a Dios, para manifestarle nuestras peticiones, nuestros sentimientos, nuestros deseos. Es como la Iglesia en pequeño, todos formamos parte del coro, cada voz es necesaria para que suene bien, no nuestra voz, sino la de al lado. Esto es lo más bonito del coro: el equipo. Lo bonito es el conjunto. Todos debemos estar atentos al de al lado para acompasar, para acompañar, para coordinar, en definitiva para ajustarse a los demás; no se trata de que cada uno vaya a su bola, por muy bonita que sea su bola o muy prístina su voz, si lo hace de forma disonante, destemplada, discrepante y descoordinada no sonará bien, será una “jaula de grillos”. Esta actitud necesaria para cantar, nos lleva a tener esa misma actitud en el coro.
Todos tenemos que participar, aportar ideas, ayudar al amigo, colocar los instrumentos, instalar la megafonía… todos somos partícipes, todos somos miembros, uno sólo nunca lo podría hacer, luego…. el formar parte de este pequeño pero ambicioso coro nos sirve para aprender algo muy importante, nos enseña que entre todos formamos un pequeño taller para aprender a ser Iglesia, IGLESIA, con mayúsculas, donde todos somos miembros y por ello formamos parte del Cuerpo de Cristo que es el único y supremo director. Todos unidos somos y hacemos algo importante:
«ALABAR A DIOS CANTANDO»
Se ha dicho, no sé quien pero se ha dicho que “el que canta ora dos veces”.
Teresa Almudena González de Toro
Miembro del Coro de Jóvenes